La Unidad Intermedia Arquitectura y Viaje apuesta por un entendimiento de la arquitectura próximo a un relato particular de un lugar que es necesario conocer de primera mano. Para eso, el viaje resulta fundamental. La presencia del cuerpo en ese lugar que se revela con todos sus ingredientes, hace posible un entendimiento que complementa y enriquece todo lo investigado y analizado previamente.
En este caso, el destino fue el Desierto de la Tatacoa, Huila. Tras un largo viaje en bus, Villavieja nos recibe y nos da de comer. Allá nos espera nuestro guía y nos conduce hacia el lugar en el que haremos noche. Se instalan las carpas, nos acomodamos y al final de la tarde comenzamos una caminata por el desierto rojo que termina sin luz en el observatorio astronómico mirando un cielo con luna y con ciertas nubes que nos obligan a imaginar más que a ver. Marchamos de vuelta al Estadero para cenar y descansar en la hamaca.
A la mañana siguiente, tras desayunar, nos desplazamos al desierto gris y caminamos por arena hasta encontrar un pequeño manantial, pasar por “los fantasmas” y bordear unas piscinas que salpican a quienes sedientos y acalorados la miran con deseo. Tras eso, volvemos al bus para comenzar el viaje de regreso, con parada en Melgar para reponer fuerzas y armarnos de paciencia con la que afrontar la atascada entrada a Bogotá.
Una experiencia corta e intensa en la que sentir el peso de un lugar. Un desierto que no lo es. Un ecosistema seco lleno de misterios que recoge procesos extensos que van dejando su huella en la tierra que pisamos. Vivencias que se recortan de un tiempo cotidiano, en las que activar el cuerpo a través de la piel que suda roja tratando de aclimatarse; de los ojos que se adaptan a una luz cegadora de día y sutil de noche; de los pies que resbalan sobre la arena fina que cubre todo de polvo; de la boca que bebe necesitada todo el líquido refrescante que este lugar no tiene.
Estudiantes y profesores vuelven al salón de clase con la experiencia del lugar registrada en sus diarios de viaje, en sus cámaras de fotografía y, lo más importante, en el recuerdo de una memoria corta que les permitirá, a través de la arquitectura, expresar un relato propio en el que celebrar el Desierto, para quedar amarrados a él.