Lo que The Brutalist nos enseñó (y que no fue propiamente brutalismo)

Ingrid Quintana Guerrero

Hace algunas semanas, un grupo de profesores del Departamento de Arquitectura de la Universidad de los Andes fuimos invitados por United International Pictures a una función especial de The Brutalist, la película dirigida por Brady Corbet que cuenta con diez nominaciones a los premios Oscar. Llegamos con la expectativa que, antes de su estreno, existía entre el gremio arquitectónico alrededor de esta cinta, que narra la epopeya del ficticio arquitecto húngaro László Toht para establecerse y desarrollar su carrera en Filadelfia, tras huir de la persecución antisemita en la Europa Nazi. Es sano advertir a quienes aún no han visto la película y quizás aún conservan esta expectativa que ni la arquitectura ni el brutalismo están en el centro de la narrativa. No obstante, en el relato del drama humano del personaje encarnado por Adrien Brody, identificamos guiños históricos, vicios historiográficos e imágenes poéticas que sugieren lecciones valiosas (y tal vez crípticas) para los apasionados por la arquitectura.

Comencemos por mencionar que las narrativas canónicas sobre el brutalismo como vertiente contestataria del modernismo racional dentro del amplio Movimiento Moderno en arquitectura sitúan sus orígenes en un error durante la elaboración de los encofrados de los pilares de la Unidad Habitacional de Marsella, diseñada por Le Corbusier a finales de la década de 1940. El concreto crudo (o, en francés, “béton brut”), efecto inesperado dado por la rusticidad de la imperfecta formaleta en el edificio marsellés, es uno de los principales rasgos plásticos de lo que autores como Reyner Banham o Ruth Verde Zein han definido apenas como un estilo encajado en un vasto universo de obras modernas, en el que también se distinguen características como la hermeticidad y robustez de los volúmenes, el dramatismo de sus espacios interiores con radicales contrastes entre luz y penumbra, la osadía estructural, etc. Solo los “iniciados” en esta corriente encontrarán en Toth la sombra de uno de los principales exponentes del brutalismo norteamericano: el (también) húngaro Marcel Breuer quien, como el Brutalista de la película, se formó en la escuela alemana de la Bauhaus y se distinguió como diseñador pionero en la fabricación de muebles de acero tubular en voladizo y madera laminada (plywood), antes de entregarse al ejercicio de la arquitectura en Boston y Nueva York.

En el relato del drama humano del personaje encarnado por Adrien Brody, identificamos guiños históricos, vicios historiográficos e imágenes poéticas que sugieren lecciones valiosas (y tal vez crípticas) para los apasionados por la arquitectura.

En compensación, la primera parte de la película (porque, recordemos, la película tiene intermedio, experiencia que quizás constituye su mayor atractivo para buena parte de la audiencia) nos recuerda que el desarrollo de las ciudades occidentales como las conocemos, emblemas de progreso industrial, no ha sido ajeno al dolor de las guerras, las migraciones forzosas y la explotación laboral. De hecho, desde la misma Bauhaus, referida por Toth como su alma mater, partieron artistas, diseñadores – algunos de ellos recién formados, otros profesionales de prestigio y profesores experimentados – huyendo del cerco tendido por el nacionalsocialismo a la mencionada escuela y a tantos otros artistas de vanguardia. Estados Unidos fue uno de los principales nodos de la migración bauhausiana, pero no el único: en ese país se establecieron figuras que ya contaban con prestigio del otro lado del Atlántico como Walter Gropius, su fundador (quien propició el arribo de Breuer a Harvard) en Cambridge, y, en Chicago, Mies van der Rohe – tercer director de Bauhaus – y László Moholy-Nagy (fundador de la New Bauhaus). A mi juicio este último, diseñador, artista y realizador de cine húngaro, resultó la otra fuente de inspiración para la construcción del personaje de Toht en lo que a su desempeño creativo se refiere, lo que se deduce no solo del nombre de pila del protagonista sino de la exquisita secuencia fotogramétrica correspondiente a los créditos de la película, al principio y al final del filme, en un claro homenaje al universo gráfico que caracteriza los experimentos visuales de Moholy-Nagy.

Pelicula The Brutalist
La película fue filmada con equipos VistaVision y Lol Crawley fue el director de fotografía.

Con el transcurrir de los minutos, además de los renders y fotografías que exhiben la ficticia obra de Toth, los ojos y oídos expertos identifican otros guiños a la Bauhaus en los apellidos de los clientes y amigos de su protagonista como Miller (imposible no pensar en Herman Miller, firma de mobiliario que reclutó en sus filas a diseñadores coetáneos a la generación bauhausiana como Charles y Ray Eames), Van Buren (Michael van Beuren, y no Van Buren, fue otro estudiante estadounidense de Bauhaus que fundó Domus, una de las más emblemáticas firmas de diseño moderno en México), etc.

La interrupción de quince minutos de la cinta marca además un drástico giro en el argumento, la fotografía y la figuración misma de la arquitectura. De un relato heroico (que hace eco de las historias más tradicionales alrededor de los “genios creadores” masculinos de la arquitectura moderna o, como los denominó el periodista Tom Wolfe, los “dioses blancos de la arquitectura”) sustentado en la ambición idílica y fuerza creadora de Toht, The Brutalist pasa a ofrecer una historia oscura, incómoda, en la que se pone en cuestión a la arquitectura como fruto del golpe creativo individual y al mismo sistema norteamericano como idóneo para la construcción de una sociedad democrática. Parafraseando el comentario de un colega ecuatoriano en su cuenta de Instagram: la película es como el brutalismo mismo porque no es algo que guste a primera instancia; es algo que nos pesa y que, desde su penumbra, revela la oscuridad de la que también hace parte nuestra naturaleza humana. Quizás esta sea la respuesta planteada al acertijo planteado por la película en su título.

Las escenas más dramáticas, en términos espaciales, no transcurren en edificios modernos (spoiler alert: de hecho, tanto la maqueta del proyecto alrededor del cual gira la trama central y los renders de obras posteriores exhibidos al final de The Brutalist – probablemente concebidos por una inteligencia artificial – hubieran sido merecedores de toda la crítica de los profesores, si se hubiera tratado de proyectos estudiantiles), sino en enrevesadas calles italianas, en canteras de mármol y en grutas que nos recuerdan que el patetismo que, en términos de Edmund Burke, hace del espacio uno sublime, no proviene del diseño controlado y prístino sino del accidente, del paso del tiempo sobre la materia y de la acción conmovedora de la luz y de la sombra sobre nuestros frágiles cuerpos. Esto lo entendieron y plasmaron en su obra João Vilanova Artigas, Lina Bo Bardi o Carlo Scarpa, entre otros verdaderos maestros del brutalismo.

Los elementos arriba mencionados hubieran podido desarrollarse en menos de 3 horas y 40 minutos, y probablemente ninguno de ellos sea relevante a la hora de que los votantes de la Academia de Artes y Ciencias de la Industria Cinematográfica emitan su veredicto. The Brutalist, seria candidata a varias estatuillas, será reconocida por la capacidad histriónica de sus actores (de quienes destaco la de Felicity Jones, encarnando una sacrificada esposa que representa el lado menos reconocido de las historias de la producción edilicia), por retomar románticamente el formato VistaVision bajo el cual fueron rodados los grandes éxitos de taquilla de los años 50, o por su impecable dirección de arte. Todos esos factores son también válidos para que quien lee estas líneas tome coraje y decida enclaustrarse cuatro horas en una sala de proyecciones, y juzgue por sí mismo el primer blockbuster en muchos años en usar la arquitectura como detonante de un drama monumental, monumental como se señala a la obra de Toht.

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