Homenaje a José Leopoldo “Pepe” Cerón
Marc Jané
Seguramente si le preguntamos a muchos de nuestros exalumnos si tuvieron clase con José Leopoldo Cerón, dirán que no, que no saben quien era. Si les decimos que el mismo José Leopoldo Cerón era Pepe, no solo dirán que sí, lo realmente importante de sus respuestas se podrá ver en sus caras y en sus ojos. Esbozarán una sonrisa y sus ojos brillarán: creo que es el mejor homenaje que le podemos hacer a Pepe.
Colaboró en muchos proyectos de la firma Jiménez y Cortés-Boshell y dejó en nuestro campus edificios como el O, la cafetería y el Hermes
Todos los que lo conocimos, creo que somos unos privilegiados, no solo por las maravillosas lecciones de arquitectura en su curso de dimensiones y de taller, pero mas importante que ello, por su calidez, por su permanente buen humor, por sus comentarios y reflexiones llenos de agudeza e inteligencia. La dimensión de Pepe era inconmensurable. Si bien él nos enseñó las magnitudes medibles en un espacio, el tamaño de las cosas y la relación indisociable del espacio y su habitante, los más importante de todo ello fueron las lecciones de ética y humildad que el arquitecto, como un ser humano más, debe demostrar a la hora de utilizar sus conocimientos en pro de un mundo y una sociedad mejor.
La última vez que lo vi en persona, estaba entrando por el puente que comunica el oriente del campus con nuestra Facultad. Le grité “PEPE”, y él, con la sonrisa en la cara levantó la mano a la manera de saludo, no sabía que sería también la despedida
Pepe no la tuvo fácil en la vida. Graduado de la Universidad Nacional, tuvo el gran privilegio de llevar a cabo estudios de posgrado en el MIT. Trabajó por muchos años con su inseparable colega Rafael Gutiérrez, hasta que la vida los separó. Colaboró en muchos proyectos de la firma Jiménez y Cortés-Boshell y dejó en nuestro campus edificios como el “O”, la cafetería y el Hermes. Su proyecto de restauración en intervención de las Cavas y Falcas en el Centro Internacional fue notable. Lamentablemente, como cualquier ser humano, no fue ajeno a las vicisitudes de la vida, en particular con el temprano fallecimiento de su hijo, también arquitecto, y el del amor de su vida, su esposa, hace unos años. Con todo y ello siempre lo vimos con su maleta de cuero en bandolera, su cachucha y sobre todo su fuerza y espíritu vital, recorrer los corredores de nuestra escuela para luego sentarse en un taller rodeado de jóvenes estudiantes quienes atentamente escuchaban maravillados sus enseñanzas.
La última vez que lo vi en persona, estaba entrando por el puente que comunica el oriente del campus con nuestra Facultad. Le grité “PEPE”, y él, con la sonrisa en la cara levantó la mano a la manera de saludo, no sabía que sería también la despedida. Buen viaje querido Pepe, y gracias a la vida por haberte conocido, ¡nunca seremos absolutamente conscientes de tu dimensión!